DOMINGO XXVI DEL TIEMPO ORDINARIO (C)
“Entre nosotros y vosotros se abre un abismo inmenso”
Lima, 28 de septiembre de 2025
El domingo pasado el Señor nos manifestaba: ningún siervo puede servir a dos señores, porque, o bien aborrecerá a uno y amará al otro, o bien se dedicará al primero y no hará caso del segundo. En el evangelio de hoy vemos la consecuencia de poner el acento en el dinero y no en Dios.
Es mejor tomar hoy el consejo de san Pablo: “buscad los bienes de allá arriba, donde está Cristo” (Col 3,1). La realidad del ser humano es que, no somos solo seres corpóreos, sino que también somos seres espirituales y que las cosas de este mundo pasarán, más nuestra vida en Cristo, es decir, nuestra vida en Dios es eterna, y es a ella a la que debemos acudir.
En el ser humano se ha metido mucho vivir desde la apariencia, en realidad, detrás de ella hay mucha vulnerabilidad, bastante fragilidad, pero para taparla, buscamos aparentar cosas y todo con el poder y el dinero.
En la primera lectura, vemos al profeta Amos que condena y les echa en cara todo aquello que hacen estos hombres: “¡Ay de aquellos que se sienten seguros en Sión, confiados en la montaña de Samaría! Se acuestan en lechos de marfil, se arrellanan en sus divanes, comen corderos del rebaño y terneros del establo…” es una lamentación del profeta y lo que les viene después de vivir de esa forma. El profeta, de parte de Dios, les anuncia el desastre que se acerca, en primer lugar, para los ricos despreocupados e insolidarios; “ellos irán al destierro”, solo porque han puesto la confianza en dios dinero.
El evangelio nos hace ver esta misma realidad con dos personajes que se contraponen. Uno es un rico que se ha quedado ciego por su riqueza, y el otro un pobre que está llagado y vive mendigando, y el rico no es capaz de socorrer su necesidad. Aquí, una vez más caemos en la cuenta de que, ni la pobreza ni la riqueza, no son ni buenas ni malas, la maldad está en centrar nuestra vida en nosotros mismos y que nos lleve a olvidarnos de las necesidades del pobre, del indigente, del necesitado.
El evangelio nos hace ver esta misma realidad con dos personajes que se contraponen. Uno es un rico que se ha quedado ciego por su riqueza, y el otro un pobre que está llagado y vive mendigando, y el rico no es capaz de socorrer su necesidad. Aquí, una vez más caemos en la cuenta de que, ni la pobreza ni la riqueza, no son ni buenas ni malas, la maldad está en centrar nuestra vida en nosotros mismos y que nos lleve a olvidarnos de las necesidades del pobre, del indigente, del necesitado.
Hermanos lo que el Señor nos quiere decir hoy es que no pongamos nuestro corazón en las cosas de este mundo, sabiendo que no somos dueños de ellas, sino sus administradores, y siendo buenos administradores seguro que vamos a ser justos y habrá igualdad entre nosotros. Al dejarnos llevar por las cosas de este mundo, caemos en la soberbia, porque estas cosas mal administradas, nos convierten en hombres y mujeres ciegos que no nos dejan ver la necesidad del pobre, nos ponen el corazón duro hasta hacernos olvidar de los demás, siendo miserables.
En realidad, la pobreza no llevó a Lázaro al cielo, sino más bien su humildad, ni la riqueza llevó al infierno a este rico, sino su soberbia y su cerrazón con los demás. Así queridos hermanos, si eres pobre o eres rico, no culpes tu situación económica, ya que la culpa está dentro de ti, siempre y cuando te dejes llevar por estas cosas y no las del cielo donde está Cristo.
En definitiva, pensemos un momento en aquellos hermanos que padecen hambre. Hermano que hambre que padecen nuestros hermanos, hay muchos que viven padeciendo hambre y no es culpa de Dios, sino de cada hombre que, a pesar de que tiene suficiente
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dinero no es capaz de ayudar al otro que necesita. La indiferencia a los necesitados es la que nos está matando de hambre, no culpemos a Dios en estas cosas y pongamos las manos en el corazón y en el bolsillo para ayudar a aquellos que tengamos a nuestro alcance.



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