DOMINGO XXVII DEL TIEMPO ORDINARIO (CICLO B)
“Lo que Dios ha unido que no lo separe el hombre (Mc 10,9)”
Monteagudo, 03 de octubre de 2021
La liturgia de la palabra de este
domingo nos da pie para reflexionar sobre la alianza de amor, concretamente en
el sacramento del matrimonio.

Serán una sola carne
En la primera lectura, nos damos
cuenta de ese Dios, que nos hace tanto al hombre como la mujer en igualdad,
nadie es superior a nadie, sino que ambos somos hijos de Dios: “Dios hizo al
hombre varón y mujer, ambos imagen de Dios (Gén 1,26-27). Los dos de una misma
naturaleza, dotados de igual dignidad, libres para comprometerse a unir su vida
con otra persona del sexo opuesto y complementario. Diferentes en su biología,
complementarios en su psicología, capaces de proyectar un plan de vida propio y
compartido, convocados por Dios a un destino divino”. Ambos con el matrimonio
deben reflejar esa alianza de amor de Dios con los hombres.
Ambos están llamados para una
vocación, a autotrascenderse comunitariamente junto con otro individuo, asumen
esa responsabilidad de ser cocreadores generando vida y dando vida en la
comunidad con sus hijos, que son frutos de ese amor de ambos.
En el evangelio nos damos cuenta, que lo que Dios ha unido no lo puede separar el hombre: ahí en el evangelio, también se nota que esto del matrimonio es una vocación de parte de Dios para con los hombres, no es bueno que el hombre esté solo, así es nuestra vida con Dios, Él no nos hizo para vivir solos, siempre tenemos que vivir en comunidad, así como Él también es comunidad: Dios Uno y Trino. El hombre no ha sido creado para vivir en soledad, sabemos que existe varios tipos de soledad: está la «soledad social», en que la persona no tiene a nadie; la «emocional», en que nos sentimos rechazados y echamos de menos, y un tercer tipo de soledad de la que a menudo no se habla es la «soledad existencial». Es decir, la sensación de no poder conectar con los demás, de sentir que nos falta propósito, y eso está muy ligado al sentido de la vida”. (Javier Yanguas)
En el matrimonio se ha prometido vivirlo hasta la muerte, así que tanto la mujer como el hombre, tienen que seguir forjando esa Alianza desde Dios, para que cuando alguno de los dos fallezca, pueda vivir esa soledad habitada. Dios creó al varón y a la mujer para que fueran «una sola carne». Los dos están llamados a compartir su amor, su intimidad y su vida entera, con igual dignidad y en comunión total. De ahí el grito de Jesús: «lo que ha unido Dios, que no lo separe el varón», con su actitud machista y otras actitudes que desvaloran el género femenino.
Quiero cerrar esta reflexión
haciendo una petición a Dios por todas las familias, y de un modo especial, por
aquellos matrimonios que se encuentran en estos momentos en conflicto, para que
puedan recuperar ese amor que los llevó a dar ese paso definitivo ante el altar
de Dios.


Bendiciones,un abrazo
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