DOMINGO XXXII DEL TIEMPO ORDINARIO (Ciclo C)
“Dios no es un Dios de muertos sino
de vivos (Lc 20, 38)”
Monteagudo, 06 de noviembre de 2022
Esta semana hemos tenido dos celebraciones: una que hemos recordado a todos los santos, aquellos hermanos nuestros que disfrutan ya la resurrección, y los fieles difuntos, aquellas personas que han fallecido con la esperanza de resucitar en el último día.
Las lecturas de
hoy se prestan para volver a tocar el tema de la vida, de la resurrección, y no
quedarnos en lamentaciones, en la tristeza.
En la primera lectura nos damos
cuenta cómo una gran familia, han sido asesinados por culpa de un verdugo, que
en su cabeza y su corazón no se encontraba el Dios de la vida, ya que no tuvo
misericordia de estos hermanos, sino que los fue asesinando uno por uno, por no
doblegarse a sus leyes.
Esta familia solo se fio del Señor,
cada uno antes de morir ha manifestado una palabra de fe y confianza en el
Señor, por eso me quedo las palabras de aquel que murió en el puesto cuarto,
que antes de morir ha dicho: “Es
preferible morir a manos de hombres con la esperanza que Dios otorga de ser
resucitados de nuevo por él; para ti, en cambio, no habrá resurrección a la
vida.” Todos se han dejado inmolar con la esperanza puesta en Dios que van
a resucitar en el último día.
Y en la segunda lectura el mismo san Pablo nos vuelve a animar a tener palabras de consuelo y de esperanza. Seguro en estos días al recordar a nuestros seres queridos difuntos, nos ha invado la tristeza, el dolor y el llanto, que bien nos vienen estas palabras de san Pablo hoy: “Que el mismo Señor nuestro, Jesucristo, y Dios, nuestro Padre, que nos ha amado y nos ha regalado un consuelo eterno y una esperanza dichosa, consuele vuestros corazones y os dé fuerza para toda clase de palabras y obras buenas.”
En el evangelio, hay un grupo de
personas que ponen a prueba a Jesús, pero nos damos cuenta cuál es su mayor
preocupación, y piensan que después de
la muerte todo será igualmente que aquí, toman esa postura con criterios
humanos, olvidándose que las cosas de este mundo pasarán y que después vendrá
la vida plena con Dios, donde ya no hay llanto ni dolor, donde viviremos
felices todos como hijos de Dios.
Por eso Jesús hoy se los dice que
allá en el cielo, todos seremos iguales, para él no habrá esas divisiones que
nos hacemos nosotros en este mundo, allá no habrá diferencias, distinciones
entre nosotros, sino que todos seremos iguales y seremos semejantes al mismo
Dios, viviremos felices, dichosos, bienaventurados, como nos han recordado las
lecturas del día de todos los santos.
Jesús nos vuelve a decir hoy, que Él es un Dios de vivos no de muertos,
así que hermanos, vivamos con esperanza, vivamos con fe y vivamos amándonos,
haciendo desde ya esa realidad del Reino, donde no hay llanto, dolor,
sufrimiento y donde estemos todos unidos como hermanos bajo un mismo Padre.
En definitiva, somos un pueblo que camina en marcha, somos peregrinos; un pueblo que tiene como meta el Reino de los cielos, que es difícil de explicar, pero nos fiamos de esas palabras de Jesús que nos invita a construir un mundo mejor, de vida no de muerte. Que en realidad nos creamos que vamos por buen camino, ya que Jesús nos ha enseñado cuál es el camino y cuál es la meta para que juntos lleguemos a ese gran reino de Dios.
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