DOMINGO XXIII DEL TIEMPO ORDINARIO(A)
“Ojalá escuchéis hoy la voz del Señor: «No endurezcáis vuestro corazón»”
Lima 10 de septiembre de 2023
La palabra que Dios nos dirige en este domingo, se centra en la responsabilidad que tenemos cada uno de la salvación de los demás, de que nos ayudemos mutuamente para alcanzar la salvación. Muchas veces, nos preocupamos por la salud del hermano, para que no sufra tanto, pero a nivel teologal, también somos responsables para que alcancen la salvación, ya dada, por Dios a través de su Hijo.
En la profecía de Ezequiel el Señor es muy claro y nos dice que, si vemos a un hermano en el error, es responsabilidad nuestra corregirlo, si le corregimos y no obedece, el pierde su vida, pero nosotros que le hemos corregido salvamos la vida, pero si lo vemos en el error y no le dijimos nada, tanto él y nosotros la perderemos, así que, también debemos corregir al hermano que se encuentra en el error.
Todos sabemos que nos cuesta corregir y además, nos cuesta también recibir una corrección fraterna, pero esta corrección viene y pasa por el amor. El hermano que te corrige lo hace porque te ama, en cambio, el que te deja en el error y no te corrige, ese posiblemente no te ama. Razón tiene san Pablo hoy al decirnos que amar es cumplir la ley entera, porque uno que ama a su prójimo no le hace daño, por eso no hacemos daño al corregir al hermano que actúa con criterios distintos a los criterios de Dios Padre, es decir, los que no viven con los mandamientos de la ley de Dios.
En el Evangelio el Señor Jesús también nos enseña que debemos velar y cuidar de los hermanos. El evangelio da muchas oportunidades, y nos regala algunos pasos a seguir antes de condenar a la persona que ha cometido algún error, es decir, nos da varias oportunidades para poder caminar así a la plenitud del amor.
En realidad, necesitamos de los otros para que nos puedan ayudar a ver el pecado, muchas veces vamos ciegos por la vida, vamos haciendo las cosas, sentimos que están bien, pero no tienen nada que ver con el evangelio. Para eso Dios nos ha regalado hermanos, que nos ayudan a corregirnos y seguir por el camino de la santidad.
Hermanos, que hoy más que nunca seamos nosotros esos centinelas para avisar y cuidar a nuestros hermanos, sabemos que el rol del centinela es que está obligado de avisar a la ciudad del peligro que representa la aproximación de los enemigos que se acercan en son de guerra; si no lo hace, por descuido o negligencia, se hará responsable de las vidas que se pierdan; así que nosotros también estamos llamados a ser esos centinelas para cuidar y resguardar la vida de los hermanos.
Quiero cerrar esta reflexión con las palabras del salmista: Ojalá escuchéis hoy la voz del Señor: «No endurezcáis vuestro corazón». Ojalá que cada uno escuchemos hoy la voz de Dios y la podamos poner en práctica, responsabilizándonos de la vida de los hermanos.




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