DOMINGO IV DEL TIEMPO ORDINARIO (Ciclo B)

 

“Ojalá escuchéis hoy la voz del Señor: «No endurezcáis vuestro corazón»”

Lima 28 de enero de 2024

            En este cuarto domingo de tiempo ordinario podemos centrar la palabra en profetismo y autoridad.

            PROFETISMO O SER PROFETA:

           

Tanto la primera lectura y el evangelio nos destacan la figura del profeta.  En la primera lectura, Moisés habla a su pueblo de parte de Dios, que Dios va a suscitar un profeta en medio de su pueblo, una figura que es un don de Dios, porque viene de Dios mismo, por eso el profeta es un regalo mismo de Dios, por eso el pueblo y nosotros ahora debemos saber escuchar la voz de Dios, como dice el salmo de hoy, ojalá escuchemos la voz de Dios.   Porque entre nosotros también pueden surgir falsos profetas que hablan en nombre de Dios, pero se buscan a sí mismos, son aquellos hombres que buscan engañar al pueblo hablando de parte de Dios, por eso debemos saber discernir esa voz de Dios a través de los hombres, no podemos dejarnos engañar por aquellas voces que no nos llevan a la verdad plena.  Cuantas injusticas hemos visto a lo largo de la historia por aquellos falsos profetas que hablan de parte de Dios, pero lo que hacen es cometer grandes errores que deshumanizan a la sociedad.

En cambio, el evangelio nos muestra al auténtico profeta, que es su mismo Hijo, un profeta que enseña con autoridad, que tiene otra fuente, que está lleno del Espíritu vivificador de Dios, sobre todo que trae una única misión de parte de Dios Padre, viene a humanizar la población, viene a devolver la vida, viene a dar la libertad, viene a hacer el bien, y lo más importante que viene de parte de Dios, no viene por sí mismo, es el enviado de Dios, el Mebasser de Dios, el que da la Buena Noticia de salvación, es decir, ha venido a liberar a los pobres, ciegos y cautivos del cuerpo (Lc  4,18).

            AUTORIDAD:

           


Enseña con autoridad, pero también tiene esa autoridad de estar por encima de los demonios, su palabra está cargada de autoridad, de Señorío, porque es palabra de Dios que genera vida, que trasforma.  Muchas veces, aquellas autoridades, los letrados, que se asemejan a falsos profetas, hablaban mucho, pero sus palabras no trasformaban porque solo hablaban de discursos aprendidos de otras autoridades, lo hacían para presumir que se sabían la ley de los pies a la cabeza, eran cosas de la cabeza y no ponían en juego el corazón, eran personas que hablaban mucho de obligaciones religiosas, eran solo leyes, esos discursos lo que hacían eran perjudicar a las personas, quitándoles la libertad y la autonomía, no dejaban actuar la acción del espíritu de Dios, sino que solo actuaban desde el espíritu de la ley, en cambio, Jesús habla con esa autoridad que su mensaje de salvación cala en el corazón del hombre y por eso lo alaban ¿Quién es este que nos está enseñando una doctrina nueva?, este no dice palabras engañosas, su palabra son espíritu y vida, es decir, su palabra tiene una fuerza curativa que es capaz de convertirnos en una nueva criatura, sus palabras estaban fundamentadas en Dios, en el Espíritu Santo, esa era su fuente principal para hablarle al pueblo y les habla en un clima de recogimiento en la sinagoga.  Es por eso que cuando venimos al templo es para escuchar la voz de Dios, los sacerdotes podemos predicar muy bonito, pero lo más importante es escuchar la voz de Dios por medio de sus ministros, son mediaciones humanas que nos ayudan a comunicarnos con Dios, por eso vuelvo a repetir lo del salmo de hoy: Ojalá escuchéis hoy la voz del Señor: “No endurezcáis vuestro corazón”, porque esa palabra de Dios tiene vida y es eficaz, y ella nos puede liberar de todos esos demonios que nos alejan de Dios y de los hermanos.  

            Después de ver esa figura del profeta y la enseña con autoridad a nosotros ¿Qué nos toca hacer?, lo que nos toca es hacer lo mismo que ha hecho Jesús, enseñar y llevar el mensaje de salvación a los demás, hemos recibido el bautismo y ahí nos han dicho que somos profetas, sacerdotes y reyes, por eso por nuestra condición de bautizados no podemos dejar a un lado el profetismo, tenemos que anunciar la buena noticia de salvación y también  denunciar con autoridad las injusticias, sabemos que esto nos cuesta, pero hablemos de parte de Dios, Él mismo nos ha dicho que no nos preocupemos por lo que vamos a decir, porque Él  nos iluminará con el Espíritu Santo, y es desde ahí que debemos enseñar, no desde nosotros mismos, sino desde la fuerza del Espíritu que viene de Dios.  Pongámonos siempre en oración, para que de ella pueda brotar lo que debemos decir, pero eso sí, de parte de Dios, realmente, solo lo podemos hacer, así como lo hizo Jesús, confiando en el poder del Espíritu Santo, que también lo hemos recibido en nuestro bautismo y confirmación.

 

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