DOMINGO XXXI DEL TIEMPO ORDINARIO (B)

Yo te amo, Señor; tú eres mi fortaleza

Chiclayo03 de noviembre de 2024



Las lecturas de hoy están centradas en el mandamiento principal de Dios: “amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente, con todo tu ser y al prójimo como a ti mismo.” Pero, lo más importante aquí no es cumplir, sino primero escuchar, el Señor nos dice Shema Israel, escucha Israel. El acento lo podemos poner en la escucha. 

En la primera lectura, el Señor insiste a su pueblo en que debe escuchar, un par de veces escuchamos en esta lectura, Shema Israel, una escucha para amar solamente a Dios y al prójimo. Esta lectura es bastante insistente en amar a Dios como nuestro único Dios, ya que nuestro Dios es un celoso y Él quiere que le amemos con un solo corazón, con una sola alma y sobre todo con todas las fuerzas, al decir con todas las fuerzas, quiere que pongamos toda nuestra vida en Él, porque de Él somos y a Él volveremos, somos del Señor, no tenemos ninguna escapatoria.


Cabe destacar hoy el Shema Israel, porque, además, es una palabra que significa obediencia: esa escucha y obediencia no depende de las actividades que hagamos, sino en vivir la vida desde Dios, dejándole a Él la iniciativa de nuestra existencia. Da lo mismo ser ama de casa, religioso, sacerdote, cualquier forma de vida, lo importante es que seamos obedientes a Dios, por hacer la voluntad del Padre. Y eso implica amar, sentir y vivir como Dios a través de su Hijo, que nos ha enseñado a vivir desde la voluntad del Padre. Si estamos atentos a la escucha, seguro que haremos la voluntad de Dios, al estilo de María y otros santos, que han afinado el oído y han escuchado en el corazón la voz de Dios y lo han seguido.


El evangelio está centrado en la misma idea que en la primera lectura, es un escriba, es decir, un maestro de la ley que viene a preguntarle a Jesús, aun sabiendo tantos mandamientos, y seguro de memoria, quiere saber en labios de Jesús cuál de ellos es el más importante, Jesús le dice: El primero es: "Escucha, Israel, el Señor, nuestro Dios, es el único Señor: amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente, con todo tu ser." El segundo es éste: "Amarás a tu prójimo como a ti mismo.” El maestro de la ley le da la razón a Jesús, y Jesús le dice que si sigue viviendo de esta manera: escuchando y obedeciendo a Dios, obtendrá la vida eterna.

En definitiva, para llegar a la plenitud de la vida, o disfrutar del reino, no se trata de cumplir tantos preceptos de la ley, sino lo primero que hay que hacer es escuchar la voz de Dios, y responderle con todo el corazón y con toda el alma, siendo sinceros con Dios mismo, es decir nuestra vida de creyentes no se puede reducir en cumplimiento de normas, sino es vivir creyendo, esperando y amando.


Así que escucha bautizado, escuchen hijos de Dios, eso es lo que nos manda hoy el Señor, «¡Ojalá escuchéis hoy su voz! No endurezcáis vuestro corazón» (Salmo 5, 7,8). Nuestro Dios nos habla en cada celebración, cuando se proclama la Palabra, y quiere dialogar contigo, nos habla en cada acontecimiento de la vida, lo que nos falta es afinar nuestros oídos y abrir nuestro corazón. Ojalá de verdad que cada mañana, al estrenar el día, podamos recordar las palabras de Isaías: El Señor me ha dado lengua de discípulo, y mañana tras mañana despierta mi oído para que escuche como un discípulo. El Señor me ha abierto el oído.

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