DOMINGO XVIII DEL TIEMPO ORDINARIO (C)
Vanidad, todo es vanidad
Lima, 03 de agosto de 2024
Las lecturas de este domingo nos invitan a no dejarnos llevar por las cosas de este mundo. A nosotros nos encantan las cosas que mayormente son pasajeras y superficiales, que muchas veces nos hacen ser más vanidosos y personas poco profundas, nos agrada vivir de la superficialidad.
En primer lugar, todas aquellas cosas que son de este mundo y no son del reino de Dios, nos invitan a ser más vanidosos y superficiales, es por eso que el libro del Qohélet, nos habla de la vanidad y nos hace reflexionar, para qué tantas preocupaciones, para qué tanta mortificación, si todo es vanidad de vanidades. Dejémonos guiar por la fuerza de Dios, dejemos que Dios nos vaya ayudando para que no nos aferremos a estas cosas del mundo, que no nos llevan a ninguna parte. El Señor quiere que sus hijos seamos más humildes y menos vanidosos, porque la vanidad nos aleja de nuestra autenticidad, de ser hijos de Dios.
San Pablo, va por la misma línea y nos invita a preocuparnos por los bienes de allá arriba donde está Cristo, porque esos bienes duran para siempre. Cristo le ha dado muerte a todo lo terreno, esas cosas que nos llevan a la vanidad, esas cosas son las que nos hacen crearnos un ropaje, nos hacen vivir desde la apariencia. Por eso san Pablo nos invita a ser hombres y mujeres nuevos, que podamos vivir como auténticos hijos de Dios; que, porque nos ponemos una mejor marca de camisa que los demás, pareciéramos que fuéramos mejores que ellos, pero no es así, todos somos iguales, hijos de Dios.
San Pablo, va por la misma línea y nos invita a preocuparnos por los bienes de allá arriba donde está Cristo, porque esos bienes duran para siempre. Cristo le ha dado muerte a todo lo terreno, esas cosas que nos llevan a la vanidad, esas cosas son las que nos hacen crearnos un ropaje, nos hacen vivir desde la apariencia. Por eso san Pablo nos invita a ser hombres y mujeres nuevos, que podamos vivir como auténticos hijos de Dios; que, porque nos ponemos una mejor marca de camisa que los demás, pareciéramos que fuéramos mejores que ellos, pero no es así, todos somos iguales, hijos de Dios.
Con Cristo ya no hay esas diferencias, somos nosotros por la forma de vestirnos o por condiciones sociales, los que marcamos la diferencia, todo eso es vanidad.
Finalmente, el evangelio también está en consonancia con las lecturas anteriores, pero aquí ya nos habla de una herencia, cosas también, que nos hacen entrar en conflictos con nuestros mismos hermanos, porque ya nos entra la codicia o ambición y perdemos lo esencial que somos, y hermanos.
El Señor nos invita a que no nos aferremos a estas cosas, que lo mejor es ambicionar los bienes de allá arriba, donde está Cristo, que las cosas de este mundo son para este mundo, aquí están y aquí se quedan, así que, nos toca ambicionar los bienes de arriba.
Jesús nunca condena la riqueza, a lo que nos invita es a no caer en la idolatría y en la obsesión por el dinero, pensando que sólo abundando en él se conseguirá la felicidad.
Pues no, la verdadera felicidad detiene otros orígenes, bien distintos y mucho más nobles. Estamos viviendo en una sociedad de consumo, que lo único que le importa es poner la felicidad en las cosas materiales, cosas pasajeras que, al acabarse lo que hemos elegido para nuestra felicidad, ésta se termina.
Y por ese espíritu consumista que se nos ha metido en el corazón es que entre nosotros existe esa gran diferencia social, donde los ricos siguen siendo más ricos y los pobres siguen sumergidos en la miseria; busquemos datos concretos donde nos damos cuenta de que hay millones de personas que sufren por lo más básico, y hay una minoría que tiene en su mano el poder económico y cada vez son más ricos, es un tema que nos tiene que preocupar a todos, porque me parece que no le preocupa a nuestros políticos (y a menudo tampoco a sus votantes), distraídos y enredados como nos tienen en asuntos bastante menos urgentes e importantes. Así estamos viviendo nuestra vida de creyentes, preocupados en otras cosas y no en lo esencial, en la vida plena con Dios en la vida de comunión con los hermanos.
Que el Señor nos ayude a no apegar nuestro corazón a los bienes de este mundo.



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