DOMINGO XXII DEL TIEMPO ORDINARIO (Ciclo C)


“…y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón”

Monteagudo, 28 de agosto de 2022

En este domingo quiero comenzar contando un cuento, para poder hablar sobre el tema en que se centra hoy la liturgia de la palabra, la humildad:

Caminaba con mi padre cuando él se detuvo en una curva y después de un pequeño silencio me preguntó: – Además del cantar de los pájaros, ¿escuchas alguna cosa más? Agudicé mis oídos y algunos segundos después le respondí:

– Estoy escuchando el ruido de una carreta. – Eso es -dijo mi padre-.

Es una carreta vacía.

Pregunté a mi padre: – ¿Cómo sabes que es una carreta vacía, si aún no la vemos?

Entonces mi padre respondió: –

Es muy fácil saber cuándo una carreta está vacía, por causa del ruido.

Cuanto más vacía la carreta, mayor es el ruido que hace.

Me convertí en adulto y hasta hoy cuando veo a una persona hablando demasiado, interrumpiendo la conversación de todos, siendo inoportuna o violenta, presumiendo de lo que tiene, sintiéndose prepotente y haciendo de menos a la gente, tengo la impresión de oír la voz de mi padre diciendo: Cuanto más vacía la carreta, mayor es el ruido que hace”.

Las personas humildes no hacen mucho ruido, son personas silenciosas, pero muy sabías, por eso la humildad consiste en callar nuestras virtudes y permitirle a los demás descubrirlas. 


El Señor hoy nos está invitando a una virtud tan importante para los seres humanos, no hace falta ser creyentes, porque puedo creer mucho en Dios, pero no tengo nada de humildad, el humilde es aquel hombre que se fía de Dios y no en sí mismo como los soberbios.

 Muchas personas que tienen esa actitud muy soberbia, tienen que pasar por un momento de humillación, para que puedan darse cuenta, realmente quiénes somos y porqué actuamos de esa manera y así tener una pizca de humildad.

Por eso Jesús en el evangelio nos va diciendo que, cuando seamos invitados a una fiesta no busquemos los primeros puestos, para evitar una humillación, lo mejor es quedarnos detrás para que luego pasemos a ocupar los primeros puestos, tenemos que ser humildes para que el Señor nos pueda ensalzar con su obra.


En realidad, la clave para un camino espiritual sincero y profundo debe ser la humildad, si no lo somos el Señor no se va a fijar en nosotros.  Que hoy podamos releer el magníficat, para que veamos la figura de María, nuestra madre, cómo el Señor la ha enaltecido por su humildad.

Hoy por ser fiesta de nuestro padre san Agustín voy a cerrar con un texto de él, que es una carta a Dióscoro para manifestarle cuál es el camino hacia la verdad: “Quisiera, mi Dióscoro, que te sometieras con toda tu piedad a este Dios y no buscases para perseguir y alcanzar la verdad otro camino que el que ha sido garantizado por aquel que era Dios, y por eso vio la debilidad de nuestros pasos. Ese camino es: primero, la humildad; segundo, la humildad; tercero, la humildad; y cuantas veces me preguntes, otras tantas te diré lo mismo. Así queridos hermanos seamos humildes para que podamos alcanzar la santidad y lograr la vida plena con Dios, que nos enseña a ser humildes como el Hijo ha sido humilde.

 

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