DOMINGO XXVI DEL TIEMPO ORDINARIO (Ciclo C)
Monteagudo, 24 de septiembre de 2022
Hoy la palabra de Dios nos vuelve a centrar en el tema de la riqueza y la pobreza. En realidad, no es un problema, ni la riqueza, ni la pobreza, el problema es la persona que no ha sabido hacer un buen uso de las cosas.
Por eso quiero comenzar mencionando
esas palabras de san Pablo cuando nos dice: "buscad los bienes de allá arriba, donde está Cristo" (Col
3,1). La realidad del ser humano es que, no somos solo seres corpóreos, sino
que también somos seres espirituales y que las cosas de este mundo pasarán, más
nuestra vida en Cristo, es decir, nuestra vida en Dios es eterna, y es a ella a
la que debemos acudir.
Pero a nosotros los humanos nos
encanta la apariencia, el lujo, la riqueza, cosas, que en realidad son un
engaño. En la primera lectura, vemos al profeta Amos que condena y les echa en
cara todo aquello que hacen estos hombres: “¡Ay de aquellos que se sienten seguros en Sion, confiados en la montaña
de Samaría! Se acuestan en lechos de marfil, se arrellanan en sus divanes,
comen corderos del rebaño y terneros del establo…” es una lamentación del
profeta y lo que le viene después de vivir de esa forma, no es que sea adivino,
sino que han sido personas que solo quieren vivir centradas en las cosas de
este mundo y desligados de Dios y de los hermanos, situación que hace al hombre
más egoísta y menos caritativo. El
profeta, de parte de Dios, les anuncia el desastre que se acerca, en primer
lugar, para los ricos despreocupados e insolidarios; “ellos irán al destierro”.
El evangelio nos hace ver esta misma realidad con dos personajes que se contraponen. Uno es un rico que se ha quedado ciego por su riqueza, y el otro un pobre que está llagado y vive mendigando, y el rico no es capaz de socorrer su necesidad. Aquí, una vez más caemos en la cuenta de que, ni la pobreza ni la riqueza, no son ni buenas ni malas, la maldad está en centrar nuestra vida en nosotros mismos y que nos lleve a olvidarnos de las necesidades del pobre, del indigente, del necesitado.
Es san Pablo el que nos da una pista
de cómo debemos de vivir, de no centrar la vida en las cosas de este mundo,
sino en aquellas que te ayudan a abrir camino hacia el cielo: “Hombre de Dios, busca la justicia, la
piedad, la fe, el amor, la paciencia, la mansedumbre”. Todas estas cosas
que debemos buscar en este mundo, no se las come la polilla, ni son superfluas,
sino que, son dones de Dios que ayudan a construir una sociedad más humana y
caritativa, donde no habrá división entre ricos y pobres, sino que todos nos
veremos como hermanos, hijos de un mismo Padre.
Hermanos lo que el Señor nos quiere
decir hoy es que no pongamos nuestro corazón en las cosas de este mundo,
sabiendo que no somos dueños de ellas, sino sus administradores, y siendo
buenos administradores seguro que vamos a ser justos y habrá igualdad entre
nosotros. Pero nos dejamos llevar por
las cosas de este mundo, caemos en la soberbia, porque estas cosas mal
administradas, nos convierten en hombres y mujeres ciegos que no nos dejan ver
la necesidad del pobre, nos ponen el corazón duro hasta hacernos olvidar de los
demás, siendo miserables. En realidad,
la pobreza no llevó a Lázaro al cielo, sino más bien su humildad, ni la riqueza
llevó al infierno a este rico, sino su soberbia y su cerrazón con los demás.
Así queridos hermanos, si eres pobre o eres rico, no culpes tu situación
económica, ya que la culpa está dentro de ti, siempre y cuando te dejes llevar
por estas cosas y no las del cielo donde está Cristo.
En definitiva, pensemos un momento en aquellos hermanos que padecen hambre. Hermano que hambre que padecen nuestros hermanos, hay muchos que viven padeciendo hambre y no es culpa de Dios, sino de cada hombre que, a pesar de que tiene suficiente dinero no es capaz de ayudar al otro que necesita. La indiferencia a los necesitados es la que nos está matando de hambre, no culpemos a Dios en estas cosas y pongamos las manos en el corazón y en el bolsillo para ayudar a aquellos que tengamos a nuestro alcance.
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