DOMINGO XXVII DEL TIEMPO ORDINARIO (B)
“Dejad que los niños se acerquen a mí: no se lo impidáis”.
Lima, 06 de octubre de 2024
La liturgia de la palabra de este domingo nos lleva a reflexionar sobre la alianza de amor, concretamente en el sacramento del matrimonio.
En la primera lectura, nos damos cuenta que Dios nos hace tanto al hombre como a la mujer en igualdad, nadie es superior a nadie, sino que ambos somos hijos de Dios: “Dios hizo al hombre varón y mujer, ambos imagen de Dios” (Gén 1,26-27). Los dos de una misma naturaleza, dotados de igual dignidad, libres para comprometerse a unir su vida con otra persona del sexo opuesto y complementario. Diferentes en su biología, complementarios en su psicología, capaces de proyectar un plan de vida propio y compartido, convocados por Dios a un destino divino. Ambos, con el matrimonio, deben reflejar esa alianza de amor de Dios con los hombres.
Están llamados para una vocación, a autotrascenderse comunitariamente junto con otro individuo, asumen esa responsabilidad de ser cocreadores generando vida y dando vida en la comunidad con sus hijos, que son fruto de ese amor.
El evangelio nos dice que, lo que Dios ha unido no lo puede separar el hombre. También vemos que esto del matrimonio es una vocación de parte de Dios para con los hombres, no es bueno que el hombre esté solo, así es nuestra vida con Dios, Él no nos hizo para vivir solos, siempre tenemos que vivir en comunidad, así como Él también es comunidad: Dios Uno y Trino. El hombre no ha sido creado para vivir en soledad, sabemos que existe varios tipos de soledad: la «soledad social», en que la persona no tiene a nadie; la «emocional», en que nos sentimos rechazados y echamos de menos, y un tercer tipo de soledad de la que a menudo no se habla es la «soledad existencial». Es decir, la sensación de no poder conectar con los demás, de sentir que nos falta propósito, y eso está muy ligado al sentido de la vida”. (Javier Yanguas)
En el matrimonio se ha prometido vivirlo hasta la muerte, entonces, tanto la mujer como el hombre, tienen que seguir forjando esa Alianza desde Dios, para que cuando alguno de los dos fallezca, pueda vivir esa soledad habitada.
Dios creó al varón y a la mujer para que fueran «una sola carne». Los dos están llamados a compartir su amor, su intimidad y su vida entera, con igual dignidad y en comunión total. De ahí el grito de Jesús: «lo que ha unido Dios, que no lo separe el varón», con su actitud machista y otras que desvaloran el género femenino.
Otra imagen que nos regala el evangelio de hoy es el niño. Un niño es trasparente, sincero, sencillo, humilde, también es alegre y confía en su padre.
Eso nos quiere enseñar Jesús hoy, que seamos humildes de corazón, que no seamos soberbios, sino sencillos, simplicidad de corazón; además que vivamos con alegría nuestra vida, y vivir con esa confianza como la de un niño en brazos de su madre. Ojalá seamos niños y volvamos a esa originalidad.
Quisiera cerrar esta reflexión haciendo una petición a Dios por todas las familias, y de un modo especial, por aquellos matrimonios que se encuentran en estos momentos en conflicto, para que puedan recuperar ese amor que los llevó a dar ese paso definitivo ante el altar de Dios.
Al comienzo de mí vida, temía a Dios. Lo vea lejano.
ResponderEliminarAhora, en los últimos tiempos me siento amada y tengo gran confianza en él.
Aprendí a ser humilde y dócil.
Pero, sobre todo siento una gran esperanza en él.