DOMINGO XVII TIEMPO ORDINARIO (CICLO C)
“Cuando te invoqué, me escuchaste, Señor” (Sal 137).
Monteagudo,
24 de julio de 2022
Hoy las lecturas nos llevan al tema de la oración, es decir, del diálogo sincero de Tú a tú que podemos tener con nuestro Dios, un Dios que siempre va a tener los oídos abiertos para escucharnos.
En la primera lectura vemos ese
largo diálogo de Dios con Abrahán.
Abrahán está intercediendo por su pueblo, podríamos estar hablando de
oración de intercesión, nosotros somos personas que muchas veces nos fiamos de
las oraciones de nuestros hermanos, incluso, siempre le pedimos a religiosos o
sacerdotes que oren por nosotros, y solemos hacerlo, todos los días, además, de
orar por nosotros oramos por los demás, por todo el pueblo de Dios. Qué bonita
manera de negociar Abrahán con Dios, para poder ayudar a su pueblo, y Dios por
su amor y por su ternura va actuando de manera pedagógica para salvar a la
humanidad.
Cuando nos vamos al salmo de hoy, el salmista nos asegura que cuando invocamos al Señor Él nos escucha, así que, aquí estamos hablando de oración de confianza en el Señor, que nosotros nos fiemos de este nuestro Dios, que siempre escucha nuestras suplicas, si el afligido invoca el Señor, Él siempre le escucha, confiemos en esta palabra del salmista y acerquémonos a este nuestro Dios con plena confianza de que siempre nos va a ayudar.
En el evangelio, nos damos cuenta
cómo Dios nos va ayudando si vamos insistiendo en nuestra oración, aquí
podríamos estar hablando de la fidelidad o perseverancia en la oración. Muchas
veces, queremos resultados inmediatos, pero Dios quiere que seamos fieles a esa
comunicación con él, que no busquemos nuestros caprichos y deseos, sino que
vivamos confiando a esa bondad de nuestro Dios, porque él nunca nos va a dar
cosas malas, las cosas que nos va a regalar siempre van a ser para nuestro
bien.
La lectura del evangelio nos enseña
esa confianza, esperanza y caridad que debemos tener en nuestra oración, por
eso quiero acabar con un texto de nuestro padre san Agustín que nos ayuda a
vivir la oración o la relación con Dios en claves de las virtudes teologales:
“Examinemos, pues, estas tres cosas, por si en ellas estuvieren encerradas las otras tres: la fe, la esperanza y la caridad, la mayor de las cuales es la caridad. Considera estas tres cosas: el pan, el pez y el huevo, la mayor de las cuales es el pan. Con razón entendemos que, de estas tres cosas, el pan se corresponde con la caridad. Por eso al pan se opuso la piedra, porque la dureza es contraria a la caridad. En el pez entendemos simbolizaba la fe. Me agrada repetir lo que dijo cierta persona santa: «El pez bueno es la fe piadosa» (…) Queda la esperanza, que, a mi modo de ver, puede compararse con el huevo. La esperanza, en efecto, todavía no ha llegado a su objeto, y el huevo, aunque es ya algo, no es aún el pollo. Así, pues, los cuadrúpedos paren hijos; las aves, esperanza de hijos. La esperanza, por tanto, nos exhorta a despreciar las cosas presentes y a esperar las futuras, a olvidarnos de lo de atrás” (s. 105, 4-5)
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