LEVANTEMOS EL CORAZÓN

             

Cada vez que participamos en la acción de gracias, la Eucaristía, nos dicen levantemos el corazón y nosotros respondemos lo tenemos levantado hacia al Señor.

Realmente esta aclamación la hacemos realidad, o ¿dónde está nuestro corazón?, es decir, nuestra vida, porque cuando hablamos de corazón en la Sagrada Escritura estamos hablando de toda la vida del ser humano, incluye todo el ser de la persona.

¿Dónde está nuestro corazón, levantado hacia a Dios, o seguimos anclados a las costumbres de los ritos y acciones de cada día?   Muchas veces nos pasa como al pueblo de Israel, que nos quedamos añorando el pasado y se nos olvida que nuestro corazón tiene que estar levantado hacia Dios.  Somos caminantes y vamos hacia Dios, por eso debemos de estar con ese corazón levantado hacia él, que no nos dejemos esclavizar por las criaturas de este mundo, que lo que hacen es robarnos el corazón.

Deberíamos meditar lo que nos dice el documento de instrucción general del misal romano. “En este momento comienza el centro y la cumbre de toda la celebración, esto es, la Plegaria Eucarística, que ciertamente es una oración de acción de gracias y de santificación. El sacerdote invita al pueblo a elevar los corazones hacia el Señor, en oración y en acción de gracias, y lo asocia a sí mismo en la oración que él dirige en nombre de toda la comunidad a Dios Padre, por Jesucristo, en el Espíritu Santo. El sentido de esta oración es que toda la asamblea de los fieles se una con Cristo en la confesión de las maravillas de Dios y en la ofrenda del sacrificio” (IGMR 78).

La invitación es poner nuestro corazón a disposición a Dios, es decir, toda nuestra vida puesta en manos de Dios, que no nos quedemos en el mero rito, y poner ese corazón maduro a Dios para que cada uno de nosotros sea una ofrenda agradable a Dios, y después que podamos entregar nuestra vida a los demás.  La celebración de acción de gracias se tiene que prolongar en la vida, para eso nos dicen al final de la misa, el Señor esté con vosotros y nos dicen que marchemos en paz, con la intención de ser propagadores de esa paz recibida.  

La tradición de la Iglesia ha dado muchas reflexiones e interpretaciones de este elevar el corazón a Dios, pero lo hemos venido olvidando y nos hemos quedado en una mera costumbre de repetir como papagayo y no nos damos cuenta lo que decimos. 


A continuación, un par de ejemplos de aquellos hermanos que fueron capaces de interpretar esta parte del misal:

Uno de ellos es un texto catequético de san Cirilo: “Después de esto, el sacerdote clama: “Levantemos el corazón”. Porque verdaderamente en esta hora tremenda conviene levantar el corazón a Dios, y no rebajarlo a la tierra y a los negocios terrenos. Equivale, pues, a que el sacerdote mande en aquella hora dejar los cuidados todos de la vida y las solicitudes domésticas, y levantar el corazón al cielo, a Dios amante de los hombres.

   Después respondéis: “Lo tenemos levantado hacia el Señor”, asintiendo al mandato por medio de lo que confesáis. Nadie pues asista de tal manera que diciendo con la boca: “lo tenemos levantado hacia el Señor”, con la intención tenga su espíritu en los negocios de la vida. En todo tiempo, pues, debemos acordarnos de Dios. Y si esto por debilidad humana es imposible, al menos en esta hora debemos procurarlo” (Cat. Mist. V,4).

Que nuestra eucarística sea un momento de avivar nuestra fe, una fe que se vive por medio de la celebración, de la fiesta, poniendo ese corazón bien dispuesto a Dios, para amarlo con todo el corazón y con todo nuestro ser, en una palabra con toda nuestra vida, amando a los hermanos y celebrando juntos la fe que profesamos, porque toda nuestra vida en un continuo levantar al corazón a Dios, como dice nuestro padre san Agustín: “Toda la vida de los verdaderos cristianos es un: “¡Levantemos el corazón!”; dije la de los verdaderos cristianos (los hay sólo de nombre), de los cristianos en realidad y verdad. ¿Qué significa ese: “Levantemos el corazón”? Poner la esperanza en Dios y no en ti. Tú estás abajo, Dios arriba. Si colocas en ti la esperanza, tiene abajo el corazón y no arriba. Por lo cual, oyendo al sacerdote decir: “¡Levantemos el corazón!”, respondéis: “Lo tenemos levantado hacia el Señor”; lo tenemos en el Señor. Que la respuesta lleve dentro una verdad. No niegue la conciencia lo que dice la lengua” (Serm. 229,3).

Otro texto de nuestro padre Agustín es “Pues de alguna manera preguntamos y avisamos y decimos: “Levantemos el corazón”. No abajo; el corazón se pudre en la tierra; levantadle al cielo. Pero ¿adónde arriba el corazón? ¿Qué respondéis? ¿Adónde arriba el corazón? “Lo tenemos levantado hacia el Señor” … Arriba el corazón, si no es al Señor, no es justicia, sino soberbia; por eso cuando hemos dicho: “Levantemos el corazón”, porque todavía tener el corazón arriba puede ser soberbia, vosotros respondéis: “Lo tenemos levantado hacia el Señor”. Luego es dignación; soberbia, no; y porque es ésta una dignación, el que tengamos el corazón arriba hacia el Señor, ¿lo hemos hecho nosotros? ¿Lo pudimos con nuestras propias fuerzas? La tierra que éramos, ¿la hemos levantado hasta el cielo? De ningún modo. Él lo hizo; Él se dignó; Él alargó su mano; Él ofreció su gracia; Él puso arriba lo que estaba abajo” (Serm. 229 A,3).

 


Que a partir de ahora cuando nos digan levantemos el corazón digamos: lo tenemos levantado hacía el Señor, porque vamos en camino a consagrar nuestro corazón a Dios, para que tengamos un corazón semejante al de su Hijo y podamos vivir como lo que somos hijos de Dios y formar un solo corazón y una sola alma dirigidos a Dios.

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