DOMINGO XVIII DEL TIEMPO ORDINARIO (Ciclo C)

 Vanidad, todo es vanidad

Las lecturas de este domingo nos invitan a no dejarnos llevar por las cosas de este mundo. A nosotros los humanos, nos encanta las cosas que mayormente son pasajeras y superficiales, que muchas veces nos hacen ser más vanidosos y personas poco profundas.

En la primera lectura, nos dice Qohélet, todo es vanidad, para qué tantas preocupaciones, para qué tanta mortificación, si todo es vanidad de vanidades.  Dejemos guiarnos por la fuerza de Dios, dejemos que Dios nos vaya ayudando para que no nos aferremos a estas cosas del mundo, que no nos llevan a ninguna parte, ya que lo que hacen es hacernos más vanidosos y menos humildes. El Señor quiere que sus hijos seamos humildes, no vanidosos, porque la vanidad nos aleja de nuestra autenticidad, de ser hijos de Dios.

San Pablo, va por la misma línea y nos invita a preocuparnos por los bienes de allá arriba donde está Cristo, porque esos bienes duran para siempre.  Cristo le ha dado muerte a todo lo terreno, esas cosas que nos llevan a la vanidad, esas cosas son las que nos hacen crearnos un ropaje, nos hacen vivir desde la apariencia y no nos dejan vivir como auténticos hijos de Dios.  Por eso san Pablo nos invita a ser hombres y mujeres nuevos, que podamos vivir así todos como auténticos hijos, que porque nos querernos poner una marca de una camisa mejor que los demás, pareciéramos que fuéramos mejores que ellos, pero no es así, todos somos iguales, hijos de Dios.  Con Cristo ya no hay esas diferencias, somos nosotros por la forma de vestirnos unos a los otros o por condiciones sociales, los que marcamos la diferencia, pero todo eso es vanidad.


Finalmente, el evangelio también está en consonancia con las lecturas anteriores, pero aquí ya nos habla de una herencia, cosas también, que nos hacen entrar en conflictos con nuestros mismos hermanos, porque ya nos entra la codicia o ambición, y perdemos lo esencial que somos, hermanos.  El Señor nos invita a que no nos aferremos a estas cosas, que lo mejor es ambicionar los bienes de allá arriba, donde está Cristo, que las cosas de este mundo son para este mundo, aquí están y aquí se quedan, así que, nos toca ambicionar los bienes de arriba.

 

Jesús nunca condena la riqueza, lo que nos invita es a no caer en la idolatría y en la obsesión por el dinero, pensando que sólo abundando en él se conseguirá la felicidad. Pues no, la verdadera felicidad tiene otros orígenes, bien distintos y mucho más nobles. ¡Son tantas las personas que a pesar del dinero que tienen no son felices! Estamos viviendo en una sociedad de consumo, que lo único que le importa es poner la felicidad en las cosas materiales, cosas que son pasajeres que, después la felicidad se termina al acabar con las cosas que hemos elegido para nuestra felicidad. Y por ese espíritu consumista que se nos ha metido en el corazón es que entre nosotros existe esa gran diferencia social, donde los ricos siguen siendo más ricos y los pobres siguen sumergidos en la miseria, y si pensamos que esto es mentira podemos acudir al informe de Cáritas española, donde ha presentado en enero del 2022 que, cuatro de cada diez personas se encuentran en situación de exclusión social por su inestabilidad laboral y sus escasos ingresos. ¡Se trata de 11 millones de ciudadanos! Y al mismo tiempo las grandes fortunas han crecido y los beneficios de las grandes empresas también... a pesar de la crisis. Pero no parece que éste sea un tema que preocupe a nuestros políticos (y a menudo tampoco a sus votantes), distraídos y enredados como nos tienen en asuntos bastante menos urgentes e importantes.  Así estamos viviendo nuestra vida de creyentes, preocupados en otras cosas y no en lo esencial, en la vida plena con Dios en la vida de comunión con los hermanos.

 

 

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