DOMINGO XXVII DEL TIEMPO ORDINARIO (Ciclo C)
“El justo por su fe
vivirá”
Monteagudo,
02 de octubre de 2022
Hoy la palabra de Dios la podemos centrar en la fe y esperanza, virtudes teologales que, junto a la caridad, las estamos dejando a un lado, ya poco se encuentra en nuestro lenguaje, pero es lo fundamental en la vida del ser humano.
En
la primera lectura nos damos cuenta que la fe y la vida van juntas, si no van
unidas se derrumban. El profeta Habacuc
nos enseña que, ante cualquier situación dramática de nuestra vida, podemos
enfrentarnos con Dios y preguntarle con sinceridad y de corazón, porqué dicha
situación, para que luego nos demos cuenta, que el Señor quiere que tengamos fe
y esperanza, que las cosas no deben salir como realmente creo yo que deben
salir, sino que, deben salir como realmente quiere Dios. Debemos dejar a Dios que sea Dios, no lo
podemos encajar a nuestros caprichos, sino a los intereses mismos de Dios,
nosotros solo debemos confiar, el justo se salva por su fe, no por lo que hace
en la vida o lo que realmente quiere hacer.
La experiencia del profeta Habacuc, más o menos, en algún momento de la vida, es nuestra experiencia. Cuando los sufrimientos, las desgracias o las enfermedades se abalanzan sobre nosotros o sobre personas cercanas, surge la misma pregunta: ¿Por qué?, ¿por qué permite Dios…?, ¿vale la pena creer? Y nos encontramos con el silencio de Dios. Y más cuando vemos que triunfan los malvados y todo les sale bien… ¿Vale la pena seguir creyendo?… Muchas son las personas que abandonan la fe y sus prácticas religiosas por estos motivos. La Palabra de Dios nos recomienda saber esperar y anhelar el día en que se manifieste la justicia de Dios sobre este orden injusto. Dios nos ha dado una respuesta en su Hijo Jesucristo.
Pablo
nos invita en la segunda lectura: “reaviva el don que recibiste el día de tu
Bautismo”, que es un espíritu de fortaleza, de amor y de templanza. O sea: que
lo cuides, porque Dios te lo ha dado (don) y es bueno, necesario, te ayuda.
El
reto es a la vez personal y comunitario, porque la fe nunca es un asunto
privado, aunque sea personal. La Comunidad cristiana, de la que tú y yo formamos
parte, debe ofrecer y facilitar los medios necesarios para cuidar, madurar,
compartir y transmitir la fe.
San
Pablo nos invita a recordar o a revivir ese don que hay dentro de nosotros
mismos. Ese don, es el don de la fe
recibido por el Espíritu Santo, es que nos da fuerza, no miedo ni cobardía,
cuando vivimos desde la fe, vivimos sin miedo, sino arriesgándolo todo por el
Señor, siendo propagadores de esa fe.
En
el evangelio vemos una petición humilde de los discípulos, Señor Auméntanos la
fe, y el Señor no les dice que se la va a aumentar, sino que les dice que
tengan fe, como un granito de mostaza, una semilla que es minúscula, pero es un
árbol grande que da muchos frutos. Eso
quiere el Señor de cada uno de nosotros, que tengamos fe, aunque sea mínima,
para lograr grandes cosas en la vida, no para mí sino para los demás, porque el
Señor lo que desea que cada uno, con esa fe, le ayudemos al Él y a su Padre a
transformar el Reino de Dios.
Las cosas que podemos hacer, aunque son muy simples, seguramente, son las cosas que teníamos que hacer por esa poca fe. Al final podemos decir como en el evangelio de hoy, hemos realizado lo que teníamos que hacer, ya que, como siervos inútiles que somos, nos toca hacer las cosas desde la pequeñez y no de las parafernalias, que esas son muy deslumbrantes, pero muchas veces no pertenecen al reino de Dios.
En
definitiva, ante la Palabra de Dios, debemos preguntarnos hoy si vivimos por la
fe y de la fe, si la fe mueve nuestra vida o si, por el contrario, pensamos que
los demás deben estar agradecidos de nuestros trabajos o si necesitamos que nos
alaben por ellos. ¿Cuál sería nuestra respuesta personal a estas preguntas?
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